«Mujer, a ver si dejas de comer
tanta carne y comes algo que engorde menos»
Ella casi había tirado la toalla,
no sabía cómo tener contento a su novio. Trabajaba sin descanso para que nunca les faltara de comer, tenía
siempre limpio el lugar donde vivían, cocinaba lo mejor que podía y siempre
estaba regalándole cariños y caricias.
Pero nada.
Él siempre estaba con el mismo
tema de los kilos de más.
Ella tenía que estar soportando
sus continuas quejas a lo largo del día.
«No es por nada, cariño, pero
creo que si hicieras algo de deporte no tendrías el culo tan fofo», «¿Ese
trozo de carne te vas a comer ahora? ¿No crees que ya has comido demasiado?» o
«Si comieras más fruta perderías esa barriguita que te cuelga por debajo del
ombligo».
En su interior sabía que no tenía
que soportar las tonterías de ningún tío, sin embargo había algo que esta mujer
no podía remediar, y era que no tenía ojos para otro hombre.
Amaba con locura a su novio y
quería estar el resto de su vida a su lado.
Para ella no existía otro hombre
en toda la tierra.
Un día fue a darse un baño en el
río y antes de meterse en el agua vio su cuerpo desnudo reflejado en el agua.
«Después de todo ― pensó ― puede
que mi novio tenga razón y sea necesario que yo ponga un poco de mi parte… Está
decidido, a partir de ahora probaré a hacer dieta y comer un poco más de fruta.
Quizás ello me ayude».
La pobre Eva salió del río y fue
animada hasta el árbol más cercano y cogió una manzana que colgaba de una de
sus ramas.
No podéis ni imaginar la que se
armó en un momento.
Daniel Fopiani
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