Marea baja y un mariscador caletero.
Auténtico.
Con la gorra de propaganda del Cádiz C.F como única
protección del sol, sin camiseta y con unas cangrejeras de goma color marrón rancio.
Intenta enseñarle algo nuevo a su hijo y lo conduce entre las húmedas piedras
de la caleta. Su piel tostada esta
curtida y reseca por los años de sol implacable, y sus arrugas reblanquecidas
por el salitre de la mar, pero el padre camina entre las rocas con agilidad,
mientas que su hijo resbala y cae a cada momento.
El niño se caga en todo lo cagable, se levanta, escupe
al enmohecido suelo y sigue acompañando a su padre.
― Cagoen… ar fina me desollo las rodillas en las
pieras estas…
Después de una larga y sufrida caminata llegan hasta
el límite del mar, donde las piedras se acaban y no pueden proseguir la marcha.
El niño, reventado de tantas caídas, no deja de soltar pestes por la boca y maldecir el suelo que pisaba.
El niño, reventado de tantas caídas, no deja de soltar pestes por la boca y maldecir el suelo que pisaba.
Al menos ya no podían seguir andando, ese debía de
ser el lugar donde su padre iba a enseñarle a mariscar.
Pero para sorpresa del niño, sin apenas parar unos
segundos, el viejo mariscador se da media vuelta y comienza el viaje de
regreso.
― ¿Pero qué ase, papá? ¿Por qué nos damo ya la
vuerta? ¿No me ibas a enseñá a mariscá? ¡Si nos vamo ya no habré aprendio na de
ná! ― protesta el niño, resbalando una vez más.
― Si que trato de enseñarte algo, hijo, lo que pasa
es que no estás atento ― responde el padre ―. Intento darte una lección que no
olvidarás nunca y que te ayudará a superar muchos momentos de tu vida.
― ¿Pero qué me estás disiendo, viejo? ¿De qué me
sirve tené to las rodilla ensangrentá y las piernas arañá? ¿Cómo me va a ayudá
eso a superá los problemas de la vida?
― Pues muy fácil, niñato, a ver si aprendes que en
vez de maldecir el lugar en el que te caíste, deberías de buscar aquello que te
hizo resbalar.
Daniel Fopiani
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