El olor cerrado de su habitación era distinguido por su pituitaria. La silla de escritorio que tantas anécdotas había vivido cedía ante su peso. Conectó el portátil y pulsó el botón de encendido.
Un bostezo, un picor en el pelo raudamente sanado. “Iniciando sesión”, máquina y hombre se disponían a caminar o, mejor dicho, teclear.
Una duda le pasaba por su mente, el escritor actual “¿escribe o pulsa teclas?”. Una duda existencial en el momento de la rompedura del sol con la noche. Ese gran astro que tornaba el cielo violeta.
Volviendo al cuarto, los ojos se cerraban por la iluminación de la pantalla, “¡Joder!”. Abría y cerraba los párpados para que se acostumbraran. Miró hacia la jaula de sus bichos, uno de ellos lo saludaba royendo los barrotes de su celda de oro.
Tras un breve repaso de las noticias deportivas y de mirar su red social favorita, se dispuso a abrir el documento Word clave. Aquél que el día anterior se le resistió y ofreció una ardua batalla, y pasaban los días aguantando.
Mirando hacía ninguna parte, releyó lo que el día anterior sus dedos expulsaron e invocó a la musa de su creatividad. “¿Dónde te metes?”.
Una música con el audio suave, relajada, es lo que ahora necesitaba para evocar a los dioses de la creación. Necesitaba una “ayudita” sana. Mas, lo que redactaba sin demora, lo suprimía.
“¿Cómo te continúo?” Insultos y amenazas mentales surgieron cual metralleta dispara balas. Cambió los estilos de música, se sentó de manera diferente, se regocijó en lo que ya tenía realizado… Pero nada. No podía seguir su senda literaria.
Tras saciar el vientre con el desayuno mirando la tele, volvió a su habitación. Esto no podía quedar así, “¿O sí?”. El duelo volvía a su escritorio. El resultado no fue distinto.
Buceando en Internet unas frases aparecieron ante sí. “Escribir es fácil”. Carcajadas sonoras recorrieron sus cuatro paredes. “¿Es fácil? Los…” Se cayó. ¿Contra quién estaba discutiendo?
Se puso bien en el respaldo. “Tranquilo. Gente así hay mucha por el mundo. Céntrate en tus escritos”.
Pero el documento seguía igual. “¿Más tiempo?” El mediodía ya despuntaba, las letras no aparecían. Quizás fuera otro día igual que el anterior, tal vez por la noche la cosa cambiase.
“¿Es fácil?” Sabía la respuesta, el vicio le hizo no perecer en los lamentos del que no puede terminar las cosas.
Las venas le exigían literatura.
Simón Jiménez
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