sábado, 12 de abril de 2014

El mosquito


Las cuatro... y un sonido irritante me hace suspirar.
Lo ha conseguido.
Me ha desvelado.
Como si fuera el calor tacto de un abrazo protector de un padre me tapo con la sabana, cubriéndome tanto que mi propia respiración me ahoga notando el aire cargado consecuencia de toda una noche descansando...
El sonido sigue ahí.
Brillante idea la mía de encender la luz, despertando así a la persona que tanto amo, y que descansaba en el lecho que tanto trabajo me costó conseguir, y tanto esfuerzo me costó llenar. Busco ese irreverente chupasangre, con la certeza de encontrarlo posado en la blanca cal en forma de lunar. Su simple imagen postrada en la pared me provoca una impotencia capaz de hacerme sucumbir en la más oscura soledad, su andanza no ha hecho más que empezar. Mirándolo fijamente intento quitarme la camiseta para hacerle desaparecer de una simple sacudida. Solo un segundo de despiste necesita para desaparecer, y sabe aprovecharlo. Su sonido ha vuelto, y este me hace desvariar mirando a pelusas como si fueran objetos animados. Miro a mí alrededor de manera sigilosa hasta que consigo encontrarlo.
Esta batalla la ganaré yo.
Dichoso visitante nocturno.
Me acerco con suaves movimientos y como si se riera de mi, escapa a mi visión. Entonces salto sobre la cama, agarro la camiseta, la enrollo, miro a mi alrededor para encontrarlo y saltar al suelo a la vez que agito el brazo cargando un arma tan letal para un mosquito en forma de trapo, con tanta mala suerte que tras golpear en la lámpara hago trizas la bombilla y haciendo que la penumbra que provoca la luz desde la ventana me deje entrever su posición. Como la camiseta está enrollada en la lámpara, cargo mi mano como si de una revista se tratara, y mientras a zancadas me abalanzo hacia el maldito, noto como mis pies se rajan por culpa de los cristales de la bombilla ya en el suelo. Golpeo con la mano la pared y un chasquido acompañado de un dolor intenso me hace llegar a una locura desmesurada que me provoca una sensación de tristeza profunda. Mi decisión no era otra que acabar lo que había empezado, pero un cálido roce en la única extremidad que tengo libre acompañado de un beso me hace ver.
Ahora lo comprendo todo...
Gracias Amor.
Gracias Mosquito.
Porque hasta para aceptar la mas inmensa felicidad, necesitamos aceptar una pizca de tristeza.
(J.J Aguilera)









 

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