lunes, 16 de junio de 2014

Sobre el color amarillento de los libros



Casi todos coincidiríamos en que una biblioteca no sería tal si no tuviese libros devastados, con las hojas amarillentas y olor a papel viejo. Y es que a los libros se les nota la edad tanto como a nosotros aunque no tengan canas, ya que están hechos mayormente de materiales orgánicos, es decir, vivos, como nosotros mismos, y la edad nunca perdona a nadie.

Ahora bien, ¿os habéis preguntado alguna vez por qué las páginas de los libros se vuelven amarillas y cómo se origina ese olor tan característico de los libros viejos?... el papel, como todos sabemos, proviene de los árboles y por tanto está compuesto de fibras vegetales. En estas fibras vegetales destacan sustancias como la lignina entre otras, de color oscuro y que precisamente es la culpable de la transformación de color que sufren las hojas. Esto ocurre debido al contacto de esta sustancia con el aire y el sol, produciéndose así un proceso de oxidación, dotando así de color amarillo a las páginas.
En cuanto al olor “a vainilla”, como dicen algunos, de los libros ( que el hedor de los libros agrade al hombre o no es una cuestión de gustos personales), también debemos prestar atención a su composición de materias inorgánicas volátiles (que emanan) y el inevitable contacto que se produce con el aire.
Este olor no solo sirve para sentirnos como en casa cuando nos encontramos en una biblioteca sino que también, puede ser útil para descubrir nuevas moléculas. Esta nueva técnica, llamada degradómica material, consiste en analizar los compuestos volátiles de una gran cantidad de libros pertenecientes al mismo periodo histórico, como el experimento que se hizo con setenta y dos libros de los siglos XIX y XX, y que trajo como resultado la definición de quince moléculas hasta entonces desconocidas. Esto puede ser útil para una mejor conservación de los libros milenarios y de aquellos que van envejeciendo. Después de todo, ¿qué sería un libro sin su desgaste vital? No sería nada, no tendría vida, y quizás no nos sentiríamos tan identificados con ellos. Los viejos siempre serán los sabios, por eso mismo... por viejos.
Miriam Fopiani







 

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