— ¿Paco, eres tú?
El fuerte olor mezcla de orín y cerveza derramada hizo que
me lo pensara dos veces antes de acercarme a aquella esquina. Pero al pasar por
allí me asaltó la inquietante sensación de haber visto a alguien conocido.
Aunque era costoso ver algún rasgo bajo aquella barba
desorbitada, su mirada fue suficiente para que pudiera reconocer en aquel
hombre, tirado bajo la esquina de un cajero automático, a un viejo amigo.
Paco levantó la cabeza y después de estudiarme durante unos
instantes, una sonrisa afectuosa le iluminó el rostro.
— ¡Hombre,
Fopi! — dijo a la vez que se incorporaba de aquella posición tan degradante —
Pero cuánto tiempo sin verte, desde que te fuiste a Cartagena…
— Sí,
llevo allí unos años ya… pero bueno... ¿Qué pasa?, ¿cómo estás? — le pregunté,
disimulando mi conmoción al verlo en tal estado.
— Pues
nada, Fopi, qué voy a contarte — dijo mirando un litro de cerveza que tenía
entre las manos — aquí pasando los días como uno puede, ya ves.
Por más que lo miraba no daba crédito a la estampa que me
presentaba. Un abogado de prestigio, con trabajo asegurado de por vida y una
mujer encantadora, no podía estar pasando los días bajo un cajero automático al
abrigo de unos guantes de lana raídos.
— Pero
bueno, Paco, de verdad que no sabía que… bueno, no sé qué decir… pero ¿Y Sara?
¿Qué es de ella?, ¿cómo está?
— Sarita
murió hace dos meses en un accidente de coche, Fopi… pero no, no te preocupes.
La verdad que voy bien, amigo — dijo Paco forzando una sonrisa amarillenta.
Intenté lamentarme pero fui incapaz de soltar palabra. Tuve
que quedarme con cara de gilipollas mirando la indigna figura de mi viejo
amigo, viudo, tirado con cuatro cartones y con las barbas pegadas por la espuma
de la cerveza.
Yo no podía articular palabra, pero a Paco, sin embargo, no
le costaba tanto hablar.
— No
te preocupes por mí, de verdad, ahora estoy con una nueva mujer. Se llama Sole,
y es la que me está ayudando a olvidar a Sarita. Esta mujer lo tiene todo…
— ¿Pero
qué dices, Paco? Mira en qué condiciones te encuentras, ninguna mujer
medianamente decente podría permitir verte así. ¡Sarita nunca lo habría
consentido!
— No
sabes de lo que hablas, Fopi, es la única mujer que me hace compañía desde que
ella no está… me da todo lo que necesito, no puedo quejarme. Reconozco que me
he aferrado a su compañía como único consuelo, pero así soy feliz. Yo con ella
y ella conmigo.
— ¡Pero
qué me estás diciendo, hombre, olvídate de esa Sole! ¡Mírate, por Dios!
¡No podía creer que el viejo Paco, enamorado hasta las
trancas como siempre lo estuvo de
Sarita, quisiera olvidarse de ella en apenas dos meses! Aquello era
desconcertante, frustrante. Era nuestra Sarita, nuestro Paco… ¿Qué carajo hacía allí revoleado tirando la
vida a una alcantarilla?
Paco tuvo que ver mi desilusión reflejada en la cara, ya
que meditó unos instantes sobre las palabras que iba a decir a continuación.
Desde sus profundos ojos rojos y ahogados por el alcohol, volví a ver la
antigua mirada amistosa del viejo Paco.
Del auténtico Paco.
— Quizás
todo esto te parezca una paranoia. Pero Sole me arrastró hasta donde me ves, y
yo me dejé llevar. De alguna manera, estoy donde quiero estar. Soy adicto ella,
y aunque sé que me está haciendo mucho mal, no puedo alejarme de ella, ni
quiero. Es todo lo que tengo, y no volveré a perderla.
Aquel tío, a pesar de estar extremadamente mamado, parecía que sabía lo
que quería decir.
Yo no podía creer lo que escuchaba.
No quería.
Ese no era mi viejo amigo Paco. Dicharachero, alegre, enérgico,
minuciosamente fiel a Sarita…
Pobre sarita…
Di media vuelta y me alejé corriendo de aquel tío apestoso
con la esperanza de que mi memoria nunca recordase haber visto a aquel tipo.
Solo quería retener la imagen del Paco verdadero: siempre feliz, risueño,
chistoso y disfrutando de la compañía de su mujer Sarita.
Este tío, al que no reconozco, se quedó allí tirado.
Con su litrona.
Al lado del cajero automático.
Y allí se pudra, con la puta de la Soledad.
Daniel Fopiani
No hay comentarios:
Publicar un comentario