— ¡Me cago en tu mala sombra!
¡Qué no te muevas, coño!
― ¡Vale, vale! Tranquilícese, por
favor. Haré lo que me diga, llévese lo que quiera.
Agustín estaba atacado de los
nervios.
Volvía a tener frente por frente
la cara del director de su banco, pero esta vez no era un rostro soberbio y
altanero, si no que ahora tenía una cara pálida, sudorosa, acojonada de miedo.
Incluso podía olerse en el
ambiente el orín de sus pantalones.
Tío asqueroso…
Llevaba más de tres meses viendo
esa cara, día tras día, suplicándole detrás de una ventanilla blindada un
préstamo para pagar sus deudas… ¡Una cantidad de dinero ridícula para cualquier
banco! ¿Por qué no se lo concedían? Llevaba media vida trabajando con la nómina
domiciliada en aquella sucursal y nunca había faltado a sus pagos… Y ahora que
las cosas no le iban del
todo bien… ¿Por qué carajo no se lo concedían? ¿Se estaban riendo de él? ¿Se estaban riendo de su familia? ¿De sus hijos?
todo bien… ¿Por qué carajo no se lo concedían? ¿Se estaban riendo de él? ¿Se estaban riendo de su familia? ¿De sus hijos?
Pues nada.
Le había costado tomar la
decisión y reunir el valor suficiente para asaltar de madrugada el chalet del
director, pero ahora había conseguido un aval que lo respaldara para solicitar
el préstamo y quería presentárselo al director del banco.
Un cuchillo jamonero.
Con un aval de este tipo se
entienden mejor las cosas y el papeleo se agiliza una barbaridad.
Agustín apretó un poco más el
cuchillo sobre el cuello desnudo del director y se recreó en aquel careto
descompuesto por la situación.
― ¿Qué me lleve lo que quiera? No
soy un puto ladrón, gilipollas… ¿Es que ni siquiera te acuerdas de mi cara?
Llevo meses asistiendo, suplicando, diariamente a tu banco para pedirte un
préstamo.
― Oh… sí, claro… Don Roberto…
― ¡Don Roberto de qué, cabronazo!
— el atracador se abalanzó un poco más sobre su víctima, haciendo esfuerzos por
no presionar demasiado sobre el cuello sudado del director y rebanárselo antes
de tiempo— Me llamo Agustín, Agustín Fernández.
― ¡Sí, sí! Claro. Perdone, me he
equivocado… Está bien, está bien. Supongo que podemos hacer algo por solucionar
su problema — comenzó a negociar el director con tono de congoja — Hay unos
impresos ahí, en el cajón de mi escritorio.
Agustín cedió un poco con el
cuchillo jamonero y liberó por unos momentos a su víctima, empujándolo hasta la
mesa para que cogiera los papeles.
El director, mientras abría el
cajón del escritorio se palpó el cuello con su mano derecha. Un tibio hilo de
sangre resbalaba por el cuello, pero al menos aun lo tenía en su sitio.
― Verá — comentó el director
mientras se secaba el sudor — estos impresos realmente tienen poco peso legal,
solo se trata de un formulario de solicitud de préstamo bancario… para hacer
firme esta operación, deberá de firmar el contrato en la sucursal y facilitar
todos los documentos necesarios.
― Pedazo de cagueta… Mira que
rápido aparecen ahora los papeles… ¿Qué pasa que ahora sí soy un digno cliente
para su banco, no?
El director enmudeció del terror
y notó como se ruborizaba mientras volvía a sentir una humedad templada en sus
pantalones.
No podía quitar ojo al cuchillo
que el atracador se pasaba de una mano a otra.
― Vaya tío granuja… bueno, si
firmo ese papel me concede el préstamo ¿No?
―Sí. Firmando este impreso
daremos comienzo al estudio de viabilidad, pero haré todo lo posible por que
usted no tenga problemas… ―dijo el banquero mientras intentaba forzar una
asquerosa sonrisa amistosa ―, solo necesito saber cuánto dinero quiere.
― Solo necesito mil euros. Se lo
vuelvo a repetir, es para dar de comer a mis hijos y comprarles los libros de
la escuela… ¡Sinvergüenza!
El director escribió la cantidad
en el impreso y comenzó a decir con voz temblorosa.
― Si firma en este recuadro
tendrá usted ingresado los mil euros tan pronto como sea posible. Usted se
estará comprometiendo a pagar una cuota de 250 euros al mes durante cinco años,
soportando un interés del 30% más la comisión de apertura y el seguro de
cancelación anticipada…
― ¡Que sí, que sí! Deme el papel
de una vez.
Agustín ni se molestó en hacer
cuentas de lo que estaba firmando. El dinero le hacía falta y en el colegio no
le habían enseñado nada sobre las abusivas cláusulas que puede tener el
contrato de un simple préstamo.
Apoyó el impreso sobre la mesa y
soltó el cuchillo a su lado.
El director del banco le acercó
un bolígrafo que tenía en el escritorio.
Mientras Agustín firmaba, el
director no podía dejar de observar el arma blanca que segundos antes había
amenazado su vida.
«Vaya forma más primitiva la de
atracar con un cuchillo jamonero»
Pensó el director mientras observaba el bolígrafo que segundos antes le había tendido a Agustín.
Daniel Fopiani
Oiga usted... no le da vergüenza meterse con los pobrecitos banqueros...con lo mal que están pasando la crisis.
ResponderEliminarIronía a parte, muy fresco y fácil de leer ENHORABUENA
quien atraca a quien?, jajajajajajajaja...muy bueno Fopi. Javi Guerrero.
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