martes, 18 de febrero de 2014

La mirada de la bestia





Linda Harris buscaba un arma desesperadamente. Agazapada dentro de la cabaña miraba por todos los rincones mientras rezaba por su vida. La bestia, o fuera lo que fuese, embestía una y otra vez la escuálida puerta de madera entre jadeos y gruñidos. Debía armarse con algo porque si no iba a morir. Toda su familia lo había hecho ya a manos de esa cosa.

No pudo reprimir un sollozo, toda era culpa suya. No debió haber traído esa estatuilla de su viaje a Sudamérica. Tendría que haberse dado cuenta de que estaba maldita cuando empezaron a suceder cosas extrañas. De alguna forma, una milenaria y sangrienta criatura se había liberado del pequeño objeto y estaba aniquilando a los habitantes del pueblo. Ya sólo quedaban ella y la bestia. Recordó sus llameantes ojos rojos ávidos de sangre mientras despedazaba a sus víctimas.

Los alaridos y los gritos de horror resonaban continuamente en su cabeza.

De pronto el ruido cesó. La puerta se abrió lentamente. Pero nada entró. Sólo se veía la calle desierta. Linda se levantó poco a poco y entonces lo vio. En una de las paredes de la pequeña cabaña había un espejo. Se miró. Sintió el alma quebrarse en mil pedazos cuando el entendimiento le aclaró la mente. La imagen que el espejo le mandaba era la de ella misma, Linda Harris, pero con los ojos rojos furiosos y sanguinolentos…como los de la bestia.
Eugenio Mengíbar



 

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